El país ha cambiado mucho desde la emergencia de la crisis a fines del 2001. Durante el primer cuatrimestre del 2002, luego de la devaluación del peso y salida de la paridad en uno entre el dólar y la moneda nacional (convertibilidad), la inflación se había disparado junto al precio de la divisa. Todo hacía parecer que la Argentina no podía salir del descontrol económico y social, pues el impacto regresivo en la distribución del ingreso profundizaba la inequidad en la apropiación de la riqueza, con la consiguiente expresión en la conflictividad extendida a muy variadas capas de la sociedad.
Cacerolazos, asambleas barriales y piquetes eran parte del paisaje político cotidiano. Estaba naciendo un nuevo tiempo con iniciativa política de sectores sociales hasta allí subordinados a la orientación de las clases dominantes, en un tiempo por la represión genocida de la dictadura y luego por imperio del pensamiento único y la dictadura de los mercados. Era evidente que la iniciativa política había cambiado de bando haciendo inestable el capitalismo local, sus mecanismos de acumulación y el propio régimen político.
"Que se vayan todos" era la expresión que articulaba un bloque popular en construcción en ese momento, y muy pocos dirigentes políticos podían transitar las calles sin recibir el rechazo de buena parte de la sociedad. Allí comienza la retomada de una iniciativa que conducirá, dos años más tarde a la recomposición del ciclo de negocios de las clases dominantes y a la normalización institucional de los poderes del Estado, incluidas las deformaciones del poder hegemónico, expresadas en la manipulación de la conciencia social para atacar la inseguridad con represión y los manejos legislativos para obstaculizar voces alternativas en el Parlamento.
En abril del 2002 asume Roberto Lavagna como Ministro de Economía de la presidencia de Eduardo Duhalde, en un enroque con el devaluador Remes Lenicov, que pasa a ocupar el cargo diplomático de aquel ante la Unión Europea. Un año después y con el 22% de los votos, Néstor Kirchner iniciaría su acceso al poder ejecutivo ante la posterior defección de Carlos Menem, que había alcanzado el 25% de las preferencias electorales para la renovación presidencial. Lavagna y Kirchner serán los artífices de la normalización económica y política del capitalismo local. El primero promoviendo la estabilización de las cuentas públicas, el acuerdo con la comunidad financiera internacional (FMI y Grupo de los 7) y haciendo previsible el funcionamiento de la actividad empresarial. El segundo generando un clima de consenso mayoritario para la reconstrucción del capitalismo nacional, o tal como lo reitera asiduamente: un capitalismo serio o normal. Del escaso apoyo inicial y el desconocimiento de su programa, se eleva el porcentual de aceptación social a niveles importantes, generando expectativas local e internacionalmente.
Es interesante evaluar la evolución de las iniciativas políticas contradictorias, entre las clases dominantes y las subordinadas en el tiempo que media desde la explosión de la crisis hasta nuestros días.
Las primeras pretenden retomar la ofensiva luego de soportar las anulaciones en el Parlamento de las leyes de la impunidad, los cambios en la Corte Suprema de Justicia y las movilizaciones populares condenando una vez más el golpe de Estado de 1976, con el símbolo de recuperación de la memoria en la ESMA. Pero no solo de derechos humanos se trata. La economía también está en cuestión y la puja se da por restituir rentabilidad a negocios que venían afectados con la larga recesión producida entre 1998 y 2002, más los efectos redistributivos de poder, ganancia y riqueza por efecto de la devaluación y la crisis económica en torno a fines del 2001. Es la presión de los acreedores externos por retomar el pago de la deuda pública en cesación de pagos. Un logro hasta ahora solo obtenido por los organismos financieros internacionales. Se manifiesta también en las demandas de las empresas privatizadas de servicios públicos por recomponer las tarifas, o en el reclamo del FMI y la banca por asegurar las compensaciones derivadas de la salida de la convertibilidad. Aún, grandes fabricantes, productores y exportadores, los nuevos beneficiarios de la política económica, demandan una menor contribución fiscal con disminución de las retenciones y otras contribuciones fiscales.
Las segundas intentan mantener un clima social de ruptura con la hegemonía construida sobre el terrorismo de Estado y el disciplinamiento inducido por la hiper inflación y el elevado desempleo. Es cierto que al principio del estallido y con la movilización callejera extendida, todo parecía más fácil, pero al subsistir la fragmentación y la ausencia de un poder político articulado de carácter alternativo, la posibilidad de constituir otro escenario para el desarrollo socio económico se posterga. Con la experimentación de nuevos fenómenos y modalidades de agrupamiento social se transita una nueva etapa de acumulación de poder popular y se manifiesta en multiplicidad de emprendimientos asociativos de carácter no lucrativo que surgen de las prácticas de vecinos asambleístas, piqueteros, cooperativas de trabajadores en empresas recuperadas, o de recolectores y recicladores de basura, entre otras experiencias. Todas experiencias de una búsqueda de construcción alternativa al capitalismo. Es la pretensión, para algunos, de retomar el significado de la construcción del socialismo. Ese activo social articula su práctica con un arco político aún disperso, calificado de izquierda y centroizquierda, que actúa en los parlamentos locales, provinciales y nacionales y más allá en acciones callejeras de rechazo al accionar del poder global en Irak o contra el ALCA.
Son dos tendencias que expresan la complejidad del momento actual de la Argentina. La cruzada por la seguridad luego del secuestro y asesinato de un joven pone de manifiesto las contradicciones de una sociedad que se moviliza por la seguridad personal al mismo tiempo que convive con la mitad de la población bajo la pobreza y un quinto de población económicamente activa desempleada. Se trata de inseguridad social que proscribe derechos ciudadanos constitucionales y que, acción ideológica mediante, limita su posibilidad de demanda en la vía pública, condenado a quienes así lo manifiesten. Con pocos días de diferencia fueron multitudes las que se manifestaron. Primero contra el genocidio y la impunidad del poder. Luego para inducir mayor represión y penalización del delito. Son movimientos que incluyen e involucran sentimientos confusos, pero que expresan iniciativas con clara hegemonía para hacer avanzar a la sociedad en un sentido o en otro. Ese es el dilema actual y lleva a interrogarnos sobre quién vence a quién.
El dólar no se disparó como muchos auguraban y desde el techo de los casi $4 que llegó a venderse a mediados de junio del 2002, se inició un proceso de apreciación del peso para cotizar un dólar que fluctúa en torno a los $2,95. La inflación del 10% en abril del 2002 bajó a un 3,6% durante todo el 2003 y el repunte en los precios de enero a abril del 2004 marca un 2,2% y aunque se pronostique un crecimiento en torno al 10% en todo el año, las evaluaciones indican una estabilización relativa de los precios, claro que acumulando desigualdad derivada del congelamiento virtual de ingresos de media población y un incremento de precios del 48,8% en precios minoristas desde la devaluación.
La recuperación de la economía alcanzó el 8,7% en el 2003 sin revertir el 11% negativo del año previo, pero generando la sensación de reversión del largo ciclo recesivo, a tal punto que se espera una expansión entre el 6 y 7% del PBI para el 2004. Esa recuperación se vincula a causas externas tales como el incremento de los precios internacionales de la producción exportable del país y a las mejores condiciones de competitividad local por impacto de la devaluación. Así, la merma de importaciones relanzó la producción local ocupando fuerza de trabajo en condiciones mayoritariamente precarias.
Es un cuadro que en conjunto ha generado expectativas y puede afirmarse, en sentido optimista, que un 40% de la población ha mejorado sus ingresos o puesto en dinámica económica sus ahorros o activos vía liquidación de inversiones, plazos fijos o divisas en cajas de seguridad o el "colchón". Es una situación que se presenta evidente en el mercado inmobiliario y en la temporada turística del verano, o en los recientes feriados largos de semana santa. El clima de turismo a pleno y creciente demanda de hotelería y lugares de comida ofrece una imagen local e internacional de salida de la crisis. Sin embargo, el dato a recoger es el vaso medio lleno de los indicadores sociales que pese a una leve reducción se mantienen en valores alarmantes.
Los interrogantes son varios. ¿Puede la Argentina atarse a la favorable evolución internacional de los precios internacionales de los bienes exportables? ¿Cuál es el límite de la utilización de la capacidad ociosa industrial? ¿Será sostenible la capacidad de pago del Estado a los acreedores de la deuda pública luego de los acuerdos en proceso de negociación? ¿Por cuánto tiempo se sostiene la contención del conflicto social con los menos favorecidos? ¿Es posible la continuidad del congelamiento de sueldos estatales y asignaciones de jubilados y pensionados? ¿Cuánto puede mantenerse una política social focalizada sin generar empleos genuinos y duraderos? ¿Cuál será la inserción internacional del país? Aludimos al proceso de negociaciones por el ALCA, con la Unión Europea, en el MERCOSUR y más allá con Venezuela y otras regiones del sur del mundo.
Son preguntas para pensar más allá de las expectativas generadas. Aluden a problemas cuya solución definen el curso del desarrollo de la Argentina y no competen solo al gobierno. La sociedad verá tensar las contradictorias tendencias de la que hemos hablado, para retomar el curso deseado por las clases dominantes o para avanzar hacia una nueva organización de la sociedad. Tarea que difícilmente se restrinja a la escena nacional y requiera articularse con otros procesos cercanos, especialmente con Brasil y otras experiencias en Sudamérica. Lo cierto es que la dinámica social y política del país pone en tensión las distintas iniciativas que dan rumbo al desarrollo y que impactan en la vida cotidiana. En ese sentido y a un año del gobierno resuenan las palabras presidenciales para “recomponer el capitalismo nacional”. ¿Es ello posible en tiempos de globalización, o lo que se quiere afirmar es el afianzamiento de un capitalismo que en la Argentina dominan los capitales transnacionales que actúan en el país? Además de responder al interrogante bien vale la continuidad de una lucha por acumular poder popular y reinstalar la perspectiva de una construcción alternativa, que sigo denominando socialismo.