Para ser absolutamente sincero, no estoy en condiciones de asegurar que Carmen Argibay sea la mejor candidata para ocupar un lugar en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, dado que desconozco en profundidad su perfil técnico y personal; sólo manejo la información que se ha hecho pública durante todo este tiempo y confío en ciertas fuentes que la sindican como tal.

Lo que me ha llevado a acrecentar esta confianza es el principal atributo que le han concedido, casi sin querer, algunos representantes del Senado de la Nación al aprobar su pliego en estos días.

Sin desmerecer las otras recientes designaciones, me parece altamente destacable que Argibay haya accedido a ese cargo con los votos en contra de personajes nefastos de la política argentina como los Menem, los Saadi, los Bussi, los Cafiero, representantes del Opus Dei. Es ese, a mi criterio, el mayor atributo con el que accede a ese espacio de poder tan esencial para nuestro tan endeble sistema democrático la Dra. Argibay.

Más allá de las discusiones sobre temas puntuales -que principalmente pasaron por la concepción jurídica sobre el aborto-, los sectores que han hecho de ello su principal herramienta inquisidora en contra de esta candidata han expuesto claramente una concepción de justicia conservadora y discriminativa -seguramente fruto de algún tipo de susto-, mientras durante todos estos años han permitido que la Corte se poblara de personajes nefastos que han recibido el repudio generalizado de la sociedad, por haber convalidado con su accionar la entrega más asquerosa del patrimonio nacional que se haya conocido en nuestra historia. Eso ha sido, sin lugar dudas, una flagrante traición a la patria sobre la que pocos han reaccionado como se debería.

Con el legítimo derecho a la duda que todo ciudadano argentino enarbola ante cada cambio de figuritas en el poder, quiero poner algunas de mis fichas de esperanza en que estas circunstancias signifiquen algo más que una mera lucha intestina de intereses contrapuestos y que estos votos en contra sean una advertencia de que la Dra. Argibay está en condiciones de luchar por una concepción de justicia distinta a la que nos han acostumbrado durante todos estos años.

No sólo es un desafío personal para ella, quien deberá confirmar esas “sospechas” con su accionar, sino también para quienes seguimos esperando con una ansiedad a esta altura incontenible que el cambio deje ser parte de un mero discurso arranca votos.