El documento expresa textualmente:
1. El movimiento sindical en América Latina
1.1. Un pasado que nos une
En Latinoamérica, como en cualquier parte del mundo, el movimiento sindical tiene características que son inescindibles de la historia de las sociedades en las que se inserta. Ese colectivo organizado de trabajadores al que pertenecemos, y al que damos vida en sus diversas expresiones, es resultado de un pasado compartido por cada una las naciones que integran la región. Nuestra identidad común no surge de una mera proximidad geográfica o de la simple uniformidad lingüística. Los aquí presentes somos prueba de ello. Al contrario, a pesar de las barreras idiomáticas que en muchos casos existen y de las distancias, hemos podido construir la unidad. Y las raíces de esa unidad son tributarias de la comunidad de intereses que unen a nuestros pueblos y a nuestras clases trabajadoras. Intereses de los que fuimos tomando conciencia en el devenir de nuestras luchas.
El espíritu rebelde latinoamericano puede rastrearse desde la resistencia de nuestros pueblos originarios a la invasión colonial hasta las primeras rebeliones de los trabajadores esclavos a la explotación del latifundio. Es la misma tradición de lucha que más tarde se expresaría en la gesta independentista mestiza y criolla que dio origen a nuestras naciones. Naciones construidas con el aporte creciente de masas de trabajadores inmigrantes, en mayor medida de origen europeo, pero también del medio oriente y otras latitudes. Con ese crisol de razas se fundaron nuestras sociedades, con profundas contradicciones y desigualdades sociales, a las cuales nuestros pueblos nunca dejaron de enfrentar. En esas luchas forjaron resistencias, alcanzaron éxitos parciales, grandes derrotas, pero siempre volvieron a levantarse.
La historia que late viva y con fuerza en nuestra América Latina nos habla de una contradicción fundamental: la de un territorio inmenso y plagado de riquezas con poblaciones mayoritariamente pobres. Durante años oímos hablar de nuestra región como un mundo subdesarrollado. En esa lógica, nuestras naciones parecían haberse quedado a mitad de camino del pujante devenir del progreso. Pero supimos darnos cuenta que ese subdesarrollo no era otra cosa que un sistema de dependencia de los grandes centros de poder mundial. Latinoamérica no se desarrolló tarde, se desarrolló de manera subordinada y dependiente. Y cada vez que nuestros pueblos, por distintos caminos, trataron de romper ese ciclo se enfrentaron con el poder político y económico concentrado y aliado al capitalismo trasnacional.
En ese mundo capitalista, desigual y dependiente, se fueron forjando nuestras primeras organizaciones sindicales. Desde fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX los trabajadores comenzamos a organizarnos en colectivos de lucha reivindicativos y orientados a exigir derecho a la participación política. Con tradiciones diversas, moldeadas por las principales corrientes del pensamiento moderno, se fueron forjando nuestros primeros sindicatos, federaciones y confederaciones, tanto a nivel nacional como internacional. Conocimos con diversos matices el incipiente despegue industrial de nuestras naciones, con el consiguiente crecimiento del movimiento obrero organizado. Fuimos también testigos del crecimiento de las estructuras estatales, que con sus defectos y virtudes, permitieron ampliar el horizonte de derechos sociales y ciudadanía. Vivimos décadas oscuras, de represión y dictaduras. Y soñamos con un renacer democrático, que llegó sometido al descalabro económico y social. Heridas abiertas que el neoliberalismo expuso en carne viva. Esa historia nos hizo quienes somos: América Latina.
1.2. Un presente que nos convoca
Desde hace poco más de una década fueron apareciendo en América Latina una serie de gobiernos que, con distintas estrategias en cada país, marcaron un quiebre del paradigma neoliberal. En distintos puntos del continente llegaron democráticamente al poder presidentes que empezaron apartarse del llamado Consenso de Washington. De carácter progresista o revolucionario, esos gobiernos fueron aplicando medidas de distinta índole. Desde políticas macroeconómicas autónomas hasta nacionalizaciones, desde el rechazo al ALCA a la conformación de la CELAC y la UNASUR.
Más allá de la caracterización y valoración que pueda hacerse de estos gobiernos, puede afirmarse que con distinta intensidad y con diferentes matices empezaron a tomar medidas tendientes a revertir los procesos de liberalización indiscriminada de las economías de la región. Tal proceso implicó repensar el rol de los Estados nacionales. Pero esos cambios en materia política y económica, no se vieron reflejados en la misma medida en una apertura hacia la participación política y el reconocimiento de las demandas históricas del movimiento obrero organizado. En el mejor de los casos el mayor progreso que pueden exhibir los gobiernos de la región es la reducción sensible de la tasa de desempleo, producto de la recuperación económica y el crecimiento sostenido.
Comparado siempre con los picos de recesión vividos hacia el fin del ciclo neoliberal, esos datos resultan auspiciosos. Sin embargo, el empleo en la región no revirtió sus altos índices de precariedad e informalidad laboral. Tampoco se revirtieron aspectos como la trasnacionalización de nuestras economías en lo que hace a la explotación de sus recursos naturales, ni la desestructuración de los Estados en lo que hace a su capacidad de brindar servicios básicos esenciales. El modelo productivo regional muestra también muchos aspectos preocupantes. La dependencia de la exportación de recursos primarios de escaso valor agregado y la devastación del medio ambiente debido a la creciente magnitud de las explotaciones son algunas de las cuestiones a considerar.
Muchos de los actuales gobiernos latinoamericanos manifiestan su intención de alcanzar el desarrollo autónomo, soberano e independiente de nuestras naciones. En ese contexto nos hablan de un nuevo rol del Estado. Pero hay una diferencia entre transformar el Estado y limitarse a administrarlo. Los procesos políticos que viven nuestras naciones son bien diferentes y es de esperar que las reacciones de los trabajadores frente a ellos también lo sean. Pero lo que nunca debemos perder de vista los trabajadores es nuestra autonomía. Ese principio fundamental, que nuestra CLATE defiende desde su fundación, es el que nos permite tener claridad en nuestros objetivos como clase trabajadora.
Replantear el rol del Estado lleva inexorablemente a redefinir el lugar de los trabajadores del sector público. No hay Estado sin trabajadores públicos que lleven adelante las tareas que se quieran encomendar a la administración. Ya sea que se trate de tareas productivas (en los casos de nacionalización de industrias estratégicas), administrativas (fiscalización y control), o de servicio a la ciudadanía (educación, salud y seguridad) la reconstrucción de un Estado presente, activo y con capacidad de intervención requiere de trabajadores abocados a dichas funciones. El Estado es ante todo “mano de obra intensivo” y requiere para su funcionamiento una fuerte inversión en sus recursos humanos, tanta o más aún de la que se destina a provisión de infraestructura.
En la nueva coyuntura, el rol de las organizaciones que representamos a los trabajadores del Estado es central. Porque todo proceso político que quiera realmente revertir la quiebra en materia social y económica a la que nos llevaron tantos años de neoliberalismo deberá reconstruir el Estado y, para hacerlo, necesitará recomponer la situación de sus trabajadores. Y si consideramos que este proceso no es local y particular de cada país sino que se vincula a una nueva etapa que vive la región, la articulación de las organizaciones sindicales de trabajadores públicos latinoamericanas y del Caribe es esencial. En este escenario CLATE se vuelve una valiosa herramienta tanto para compartir experiencias y evaluar los desafíos presentes como para sumar fuerzas y apoyos que nos permitan confluir en procesos de cambio a nivel regional.
1.3. A 45 años, los principios de CLATE siguen intactos
Unitaria, pluralista, autónoma y democrática. Así fue como definimos a la CLATE, las organizaciones miembro, a lo largo de estos 45 años. Supimos construir la unidad en la heterogeneidad de posiciones y concepciones políticas de nuestros sindicatos, con pleno respeto a la pluralidad de pensamiento que en ellos se expresa. Con una actitud democrática a la hora de tomar decisiones, pero también con una firme convicción acerca de la autonomía que debe tener una organización sindical internacional respecto del poder político y económico, tanto el nacional como el internacional.
Las entidades que conformamos la CLATE lo hicimos con la misión de fijar y ejecutar, de manera coordinada, políticas y acciones tendientes a la promoción de los trabajadores estatales. Esa tarea la asumimos con un espíritu humanista, orientada a bregar el pleno respecto del valor trabajo, expresión directa de la persona humana. Propiciamos también la promoción total y plena de los trabajadores en todos los resortes del poder político, económico, social y cultural, en sus respectivas comunidades nacionales.
Asumimos desde la fundación de la CLATE, el 25 de Febrero de 1967, una actitud revolucionaria frente al capitalismo, con el objetivo de transitar el camino hacia un orden social basado en la justicia y en la solidaridad. Porque queremos vivir en sociedades donde la economía esté al servicio de todos los seres humanos y sus necesidades y no al revés, como sucede en la actualidad. Estamos convencidos de que ese sueño sólo podrá concretarse en una América Latina libre, independiente, democrática y con una plena integración de las naciones que la componen en un proceso en el que los trabajadores seamos protagonistas de los cambios que se lleven adelante.
Quienes integramos la CLATE tenemos objetivos gremiales comunes claros y definidos. Nuestras luchas llevan en alto las banderas del derecho a la plena libertad sindical; el ejercicio efectivo del derecho de agremiación y huelga; la negociación colectiva; la promoción y estabilidad del servidor público; la implantación y efectivo funcionamiento de la carrera administrativa; la dignificación y jerarquización de la función pública y la participación del trabajador estatal en todos los aspectos de interés social y laboral.
Estas fueron nuestras definiciones en el primer I Congreso General de la CLATE realizado en la ciudad de Chapadmalal (Argentina), en febrero de 1967. A más de cuatro décadas de aquel encuentro, podemos asegurar que no nos equivocamos en el camino que elegimos. Quienes abogaron por otros caminos, quienes flaquearon en su lucha o desconfiaron de la posibilidad de un cambio real protagonizado por la clase trabajadora contemplan hoy sin respuestas la crisis profunda que vive el sistema. Quienes confiamos en nuestra capacidad para encontrar salidas alternativas y estamos seguros de que el cambio sólo es posible a través de la unidad y la acción organizada de la clase trabajadora tenemos la esperanza de que un futuro mejor nos espera.
1.4. Los trabajadores estatales frente a un mundo en crisis
La crisis mundial que está afectando a los países centrales es unas de las más profundas que ha sufrido el sistema capitalista. Frente a ella los países desarrollados han vuelto a considerar la intervención del Estado en la economía. Sin embargo han elegido hacerlo mediante gigantescos subsidios al sector financiero y, en paralelo, han aplicado severas medidas de ajuste que descargan todo su peso sobre la clase trabajadora. Por su parte. América Latina, después de la crisis que llevó a muchos de sus países a entrar en cesación de pagos fruto de las recetas emanadas del Fondo Monetario Internacional, parece estar disfrutando de una breve primavera económica, que se expresa en varios años de crecimiento sostenido.
Esta situación se vio estimulada por la aplicación, en diversos grados y en distinta intensidad, de políticas de intervención estatal orientadas a estimular el sector productivo. Sin embargo, la herencia de la década neoliberal no se superó completamente. Las estructuras estatales siguen organizadas en función de los intereses de sectores del poder económico más concentrado, tanto local como internacional. En nuestra región, pese al crecimiento económico, el 40% de los hogares son pobres y sólo reciben el 15% del ingreso total. A su vez, 53 millones de seres humanos sufren hambre y la mortalidad infantil llega al 19 x mil[i].
Parte del debate en torno al cambio social que nuestra región necesita pasa por una revalorización del rol del Estado. En la etapa actual, la CLATE, tiene la potencialidad de unirse para avanzar y definir qué tipo de Estado y de sociedad queremos las naciones de América Latina. Necesitamos una CLATE que sea capaz de recuperar no sólo el poder del Estado sino también el “para qué”.
Los trabajadores del Estado tenemos una particularidad: nosotros somos el Estado, somos quienes lo hacemos funcionar día a día. Conocemos sus falencias y sus potencialidades. No hay Estado sin trabajadores estatales. Y si queremos cambiar el tipo de Estado que tenemos y las políticas públicas que emanan de él tenemos que afirmarnos como trabajadores de pleno derecho. Estatales, servidores públicos, funcionarios ó empleados fiscales, somos todos parte de la clase trabajadora.
Para afirmar esa posición se requiere indefectiblemente luchar por nuestro derecho a la sindicalización, de manera libre y democrática. Y el otro punto de partida de nuestras reivindicaciones es el derecho a celebrar Convenios Colectivos de Trabajo (CCT). Esa es nuestra principal herramienta de organización y lucha. Es a través de los CCT que podemos empezar a discutir las condiciones laborales en el Estado que nos emplea y al cual aspiramos a mejorar, a hacer más eficiente y a profesionalizar. Porque un Estado distinto, activo, eficaz y eficiente requiere de trabajadores calificados, jerarquizados y comprometidos con las políticas que llevan adelante.
A eso aspiramos. A ser constructores de un Estado capaz de poner freno al desastre al cual nos lleva la economía capitalista, con políticas autónomas y soberanas respecto al poder económico. Ese es nuestro desafío y ese debe ser nuestro aporte para que la crisis no se descargue una vez más sobre los trabajadores y los sectores populares.
1.5. Perspectivas del empleo público en la región
Debemos apurar a la materialización de temas pendientes, como las Convenciones Colectivas de Trabajo (CCT), el derecho a la organización sindical, y un mayor reconocimiento al empleo público. Desandar las políticas de la década neoliberal implica recuperar derechos perdidos. Aunque en muchos casos existe reconocimiento legal, derechos como la estabilidad laboral o el salario justo no se cumplen en la práctica. Sabemos que los bajos salarios y la falta de acceso a una carrera con posibilidad de promoción, profesionalización y jerarquización del empleo público operan en desmedro de la calidad de las prestaciones estatales. La distintas formas de precariedad laboral, además de vulnerar derechos elementales, facilitan a su vez el uso clientelar de los cargos en la administración pública.
Ese no es el Estado que queremos. Queremos un Estado eficaz y eficiente, con prestaciones de calidad. Queremos que la administración pública que esté al servicio de los trabajadores y el conjunto de la ciudadanía. Necesitamos un Estado que funcione como contraparte de los grandes intereses económicos, tanto locales como multinacionales. Ese Estado que queremos se construye desde el lugar que cada uno de los trabajadores estatales ocupa en él. No debemos olvidar que los empleados públicos tenemos una particularidad: dependemos mucho de la conducción política del Estado. Existe carrera sanitaria si hay un sistema de salud pública en funcionamiento. Se tiene una gran carrera científico-técnica, si hay investigación e inversión en ese campo. Lo reivindicativo y lo político van de la mano. Pero debemos insistir, tenemos que defender nuestra autonomía. Porque aspiramos, como clase trabajadora, a ser protagonistas de los procesos de cambio.
Para actuar coordinadamente, para proponernos objetivos y metas comunes, las entidades miembro de la CLATE debemos organizar nuestro trabajo en las distintas áreas que consideremos prioritarias. La formación de cuadros, el desarrollo de una comunicación fluida y la creación de medios propios son algunas cuestiones que se pueden empezar a trabajar conjuntamente. Asimismo, la coordinación de equipos en materia jurídica, de investigación y de intervención en espacios regionales de integración, son parte de las tareas a desarrollar a mediano plano. Debemos reforzar nuestra institucionalidad si queremos pasar a la ofensiva. Es tiempo de recuperar derechos, de avanzar hacia el tipo de sociedades que queremos. La crisis del capitalismo nos abre una oportunidad en la medida que el mundo que se desmorona deja a la vista sus falacias y contradicciones. Está en nosotros ser capaces de construir la alternativa.
Los más de cien congresales de 16 países de América Latina y el Caribe que nos hemos convocado en este XI Congreso General de la CLATE estamos fijando un punto de partida. Son muchos los desafíos que tenemos a futuro. Tal vez uno de los más importantes tenga que ver con conocernos más, ser capaces de realizar un diagnóstico preciso de la realidad de los trabajadores estatales de cada uno de nuestros países. El otro eje que debemos plantearnos es el revitalizar la intervención de la CLATE en los distintos foros y espacios de debate a nivel internacional para llevar la voz de los trabajadores estatales y hacer escuchar nuestros planteos, nuestras demandas y nuestras propuestas.
Somos los continuadores de estos 45 años de historia. Construyamos unidos el futuro que tenemos por delante.
Fuente: www.clate.org