Pero de razones hablaba. ¿Podría ser una, ante tan evidente acto de injusticia, colmarlos de insultos, por ejemplo? Sería catártico, les reconozco; pero pienso que no sería una razón, al menos no de peso suficiente como para efectivamente movilizarme, más allá de los méritos que para merecerlos tengáis, sobre lo que con toda certeza podríamos discutir largamente.
¿Tratar de pedirles que reconsideren el camino antidemocrático, de represión, que han elegido, podría ser otra? Me atrevo a decir que casi estoy convencido de que es una quimera. Han batido todos los records.
Sería posible si hubiese sido un error de vuestra parte, en cuyo caso bastaría que les sea señalado para que inmediatamente lo reparasen. Pero parece que hace rato vuestras señorías, como le ha ocurrido a tanta gente poderosa en la historia del hombre, han cruzado hacia la otra orilla de ese río del que ya no se vuelve; hace rato que habéis cruzado el Rubicón de lo humano.
Pues vuestra lógica parece ser sin mácula; eso sí, fría e inhumana, pero de una evidente eficiencia maquínica. De lo contrario no hubiesen hecho lo que han hecho.
Escribo pues entonces, simplemente para dejar testimonio, para dejar constancia de esa realidad a la que ustedes han cerrado puertas y ventanas.
Porque bien real es que ustedes echan a compañeros con embargos por deudas, por falta de decoro según ustedes, y bien real es que no se aplican, ni aplican a los funcionarios, la misma vara ante muchas situaciones que habitan dentro de tan vago concepto. Y me da vergüenza ajena dar ejemplos.
Porque es tangible en nuestros bolsillos que descuenten asambleas religiosamente, a pesar de no ser medidas de fuerza. Y bien reales en vuestros bolsillos son los muchos ceros de vuestros crecientes ingresos. Hartos estamos los judiciales de hacer vuestro trabajo; vuestros fallos, vuestros decretos, vuestras audiencias, mientras hacia ustedes fluye el dinero de nuestros impuestos, y hacia nosotros fluyen descuentos, despidos y suspensiones.
Bien reales son esas suspensiones y cesantías, como así también las angustias de esposas y esposos, porque quedarse sin laburo, o recibir la mitad del sueldo, en esta sociedad injusta, de la que sois unos de los pilares que la sostiene, es casi una sentencia de muerte.
Bien real es que a las mujeres embarazadas, en el poder en el que debería habitar la justicia, se las discrimina a la hora de ingresar, a la hora de asumir cargos.
Absolutamente real es que los diecisiete suspendidos fueron a pedir porque sus compañeros se estaban suicidando, porque estaban recibiendo descuentos salvajes, porque su laburo es insalubre. Y fueron a vuestra puerta luego de años de reclamos desoídos.
Y la respuesta vuestra fue sanciones sin sumario previo. Pero es comprensible: vuestras señorías trabajan calentitos en sus oficinas, protegidos de la realidad por un número creciente de policías. Nunca tuvieron que ir a levantar cadáveres.
A angustias, suicidios, carpetas psiquiátricas, a la insalubridad, responden ustedes pues, con sanciones. Qué pobre herramental para solucionar los problemas de la gente!
Uno se pregunta cómo puede ser tal cosa; y termina respondiéndose que no es azar, sino que hay una profunda y vital conexión, entre tantas otras, con la creación del “Área de Recursos Humanos”: hemos dejado de ser seres humanos. Somos oficial y descaradamente recursos.
Los recursos no importan, son fungibles. Son un número. Echamos a uno y ponemos a otro. Suspendemos a diecisiete y otros hacen lo que éstos. Los recursos no tienen rostro ni nombre; son un número de legajo, a lo sumo. Los recursos no sufren, no tienen familia a la que alimentar con su sueldo magro, no pasan ninguna de esas angustias. ¿Pero qué podéis saber vosotros de angustias? Para comprender el concepto, hay que vivirlo en carne propia, así como para comprender qué es el hambre hay que pasar hambre. Vuestra posición social y económica, vuestros sueldos escandalosos, vuestros custodios, os ponen al margen, os protegen de las desdichas de la gente común, los protegen momentáneamente (por absurda y efímera que sea esa ilusoria seguridad), de la realidad.
Habéis perdido la humanidad; de otro modo no puedo explicarme que se nos pretenda despojar de nuestra calidad de seres para investirnos de la calidad de recursos. Habéis apostado por una institucionalidad mecánica en vez de una sensible.
De lo maquínico, de lo mecánico, solo puede advenir la frialdad, la insensibilidad al sufrimiento, la mera estadística, las variables macro, las normas de calidad de procedimientos, la represión y el autismo.
En cambio, de lo humano surge la posibilidad de la bondad, de la caridad, del diálogo, de la sinceridad, de la justicia, del amor por el otro, de la comprensión, del espíritu de cooperación; todas posibilidades que hoy los judiciales y el pueblo cordobés no alcanzamos a ver en ustedes.
Habéis perdido la humanidad, pues si la tuviesen, tendrían amor. Y nadie con tal cualidad deja sin trabajo a una persona a la que como falta se le imputa el ejercer un derecho, más allá de las argucias lingüísticas -ya que no puedo, por pudor, llamarlas jurídicas-, para tratar de ocultar lo inocultable.
Uno es lo que hace, señorías. Y la historia testimonia que hace rato que venís dejando vuestras huellas. Y nuevamente me da vergüenza ajena dar ejemplos.
Y si uno es lo que hace, pues ya va siendo hora entonces de que abran las puertas a la realidad. Mírense al espejo de ella, vean lo que son; vean pues, lo que hacen: es lisa y llanamente inhumano.
¿Cuándo, en qué momento dejaron de ser servidores pagos -y muy bien pagos- por nosotros, por el pueblo, para travestiros en amos y señores de la vida de vuestros subordinados jerárquicos? Porque la vida de cada uno de mis compañeros suicidados clamará siempre en vuestra conciencia; porque hace años que sabéis que en Policía Judicial el trabajo es insalubre y no hicisteis nada.
Véanlo, señorías, ¡véanlo!; el verlo con el corazón, si todavía les late, les hará comprender, les hará volver sobre vuestros pasos, recuperar vuestra humanidad, comenzar a dialogar sin ardides ni golpes bajos, les hará cesar vuestra inquisición, a dejar de negar los problemas y empezar a buscarles urgente solución. Y en ello no hay derrota, solo hay verdadera grandeza.
¿Serán capaces alguna vez, de un acto de grandeza? La pregunta es mía. La respuesta, es solo vuestra.
Sepan, para ir finalizando, que hay una realidad que intentáis refrenar a base de sanciones personales y económicas, ilegítimas e injustas; en base al temor. Con la violencia, en definitiva. Hay una situación que los está desbordando, como un dique a punto de reventar. Y no la están comprendiendo, señorías. Y al no comprenderla, siguen pues con ahínco, sembrando vientos. Nada parecen así haber aprendido del 2009.
Y vuestra violencia, la violencia del opresor, engendra otra violencia, la del oprimido, la que, en definitiva, es simplemente legítima defensa.
La desventaja de los años es el riesgo de la fosilización, y vosotros tenéis muchos a vuestras espaldas. Vuestros corazones están petrificados, y así, no pueden comprender y adaptarse a tiempos nuevos. Habéis quedado anclados mentalmente, os deis cuenta o no, a las más oscuras épocas de nuestra patria.-
El dilema para ustedes es de hierro, señorías: O comienzan a ver, con comprensión, con bondad, con espíritu democrático, la realidad; a no complacerse en vuestro proceso de fosilización, que es ni más ni menos que el proceso descompositivo de la muerte; o esa realidad que negáis terminará atropellándolos y pasándolos por encima.
La realidad está golpeando vuestras puertas señorías! Y a ella no se la puede dejar cesante ni se la puede suspender sin sumario previo. ELLA SIEMPRE SE IMPONE.
Soy consciente, por último, que decir lo que he dicho -que no por vehemente pierde la cualidad de lo respetuoso-, me puede costar una sanción, ya que el concepto de decoro, en vuestras manos, parece ser de goma a la hora de aplicárnoslo.
Si fuere el caso, señorías, será cuestión de fuerza y de leyes, mas no de justicia, pues de vuestro palacio hace rato que la mujer de la venda se ha mudado.
Lo siento por mis viejos, que lo saben y lo sufren; pero prefiero arriesgar el trabajo que arriesgar la honra.
Y sería una deshonra quedarme callado ante vuestros atropellos; ante la injusta suspensión de mis compañeros y la cesantía del ‘Negro’ Walter Chilo.-
Atte.-
César Espinosa - Trabajador Judicial de la Pcia. de Córdoba