Muchos creen que la democracia tiene su futuro asegurado en nuestra patria. Creo prudente no sumarme a esa perspectiva embriagadora.
· Al interior son demasiados y muy poderosos los intereses que, aunque se siguen llenando los bolsillos, están disconformes con la endeble democracia que vivimos y oscilan entre la nostalgia por las dictaduras más o menos militarizadas y un gobierno civil neoliberal de mano dura que les reasegure que sus privilegios no peligran. Y también son demasiados los sectores ciudadanos y los políticos que no pasan de la declamación y se rinden a los detractores de la democracia cuando se trata de respetar sus reglas, defenderla y consolidarla. El espectro electoral lo está diciendo.
· En el frente externo, si bien está desactivada la principal fuente de las dictaduras en América Latina, ya que el imperio de turno no las necesita para que florezcan sus empresas, es muy peligroso no ver que sus estructuras de intervención, vigilancia, captación y amenaza armada siguen activas y crecientes, en especial contra los gobiernos que rescatan porciones de su soberanía política y económica enajenada. Hay quienes se adelantan a celebrar que la abismal crisis financiera, económica y ahora francamente social que sufren el imperio y sus asociados, les impedirá consumar o seguir la globalización imperial y nos dará una oportunidad firme de revertir el curso de dominación que padecemos, más aún con la llegada al gobierno de E.E.U.U. de un Presidente que se presenta como diferente a su criminal antecesor. Está por verse si Obama y sus aliados quieren, saben o pueden revertir un proceso secular de acumulación de poder territorial, económico y militar motorizado por el paradigma capitalista dominante, que ha permitido que esas naciones vivieran derrochando riqueza e hinchadas de soberbia patriotera. Por el momento, las medidas sustanciales de esos centros de poder sólo procuran reponer sobre los rieles la locomotora descarrilada, reparar los vagones averiados y darle al tren un envión que no lo desvíe del curso avasallador que traía. Ese objetivo sólo es alcanzable aumentando la succión de riqueza del resto del planeta, es decir, haciéndonos pagar la crisis.
· Por ahora no se avizora una fuerza mundial capaz de dar un rumbo democrático a la Humanidad , pero eso no quiere decir que no lo podamos construir. La forma más segura de no lograrlo es sentándonos a esperar que ese deseado futuro se haga realidad por la acción, la inteligencia, el desinterés altruista y la vocación de servicio de los que nos llevaron a esta situación de injusticia, es decir, por su arrepentimiento; o por otros, mujeres u hombres, que dediquen generosamente sus vidas a sacarnos del precipicio. No hay democracia verdadera sin protagonismo popular.
· Nuestra obligación es lograr que eso suceda en nuestra patria, así como sucedieron hechos que generaron la libertad en gran parte del Continente o que cambiaron la historia de impunidad de los dictadores genocidas.
· Para esa inmensa tarea contamos con una herramienta de lucha que día a día demuestra creciente eficacia, a pesar de todos los esfuerzos de los poderosos por aniquilarla, neutralizarla y desnaturalizarla: la causa de los derechos humanos, que poco a poco, con grandes avances y dolorosos retrocesos, se va instalando en la conciencia social como un patrón de convivencia.
· Los que han tenido la paciencia de escucharme otras veces saben que doy enorme importancia a que el plexo de los derechos humanos no sólo sea hoy una escala de valores moral, ética y política sino que se haya instalado en la cúspide de la legislación internacional como un mandato jurídico exigible por y para la Humanidad. Defino esa consagración como la máxima conquista humana, más importante que todos los avances científicos y tecnológicos, porque les pone límites fundados en la dignidad del ser humano.
· En países como nuestra Argentina esa cúspide protectoria nos sirve para trazar líneas distintivas muy claras que colocan por fuera de la legalidad democrática vigente a todos aquellos que intentan prevalecer, acumular poder o gobernar burlándose de los derechos humanos. Y entre muchos otros, a los que piden pena de muerte queriendo dar sustento a los golpes genocidas, el gatillo fácil, la venganza, la tortura y la tolerancia cero; a los jueces que tejen hábilmente la telaraña de la impunidad de los terroristas de Estado; a los que explotan al trabajo, a la mujer, a los niños, aún cuando nada de ello fuera delito, a los que quieren perpetuar o sólo emparchar la injusta distribución de la riqueza.
· Por cierto que estoy aludiendo a los derechos humanos tal como están definidos teórica y jurídicamente: como un conjunto armónico, universal, indivisible, integral, exigible y progresivo, con dimensión individual, colectiva, política, económica, social y cultural y de discriminación positiva a favor de los más vulnerables. Y también aludo a cómo están situados en nuestra Constitución Nacional: como el dogma laico al que deben obediencia los gobiernos y también el pueblo, en tanto no decida mayoritariamente derogarlo. Digo esto para refutar a tantos que no admiten que la superestructura económica y social y los derechos humanos colectivos condicionan el ejercicio de la libertad y la dignidad humana.
· Llegado a este punto me atrevo a pensar que el paradigma ético y jurídico de los derechos humanos debiera ser el programa político común, el punto de encuentro de todos los habitantes y de las representaciones políticas y sociales que de buena fe dicen estar buscando; el punto de partida innegociable de acuerdos instrumentales para lograr hacerlos realidad.
· Ese gran consenso haría posible el Poder Judicial que queremos los judiciales y el pueblo, integrado por jueces que cumplan su juramento de proteger los derechos humanos, tal como lo hizo, en el momento que correspondía, nuestro homenajeado de hoy.
· Quiero cerrar con palabras de Bertold Brech, en su “Loa de la Dialéctica ” llevadas al papel de un volante universitario mimeografiado que no recuerdo como llego a mis manos hace décadas y que conservo con cariño:
· “Con paso firme se pasea hoy la injusticia.
· Los opresores se disponen a dominar otros diez mil años más.
· La violencia garantiza:”Todo seguirá igual.”
· No se oye otra voz que la de los dominadores.
· Y en el mercado grita la explotación: “Ahora es cuando empiezo”.
· Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora:
· “Jamás se logrará lo que queremos.”
· Quien aún esté vivo no diga “Jamás”
· Lo firme no es firme.
· Todo no seguirá igual.
· Cuando hayan hablado los que dominan,
· Hablaran los dominados
· ¿Quién puede atreverse a decir “jamás?”
· ¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
· ¿De quién que se acabe? De nosotros también.
· ¡Que se levante aquel que está abatido!
· ¡Aquel que está perdido, que combata!
· ¿Quién podrá contener al que conoce su condición?
· Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
· Y el jamás se convierte en hoy mismo.”